Poema del mes

Dices que serás polvo,
y no precisamente polvo enamorado,
porque carne y aliento desembocan
en las mudas entrañas de la tierra
y no dejan más rastro que la vida
de otros seres distintos y llamados
igualmente a extinguirse en la nada más pura,
única realidad que nunca engaña.
Y me llamas ingenuo porque espero
en el Dios de la vida perdurable,
cuya existencia –dices– es tan cierta
como la vanidad de nuestra gloria,
que te importa muy poco, por supuesto.
Eso es tu poesía: una tarea
con la que das sentido ingenuamente
a los signos absurdos de tu existencia diaria.
Sólo la ingenuidad nos asemeja
–aunque la lucidez sea sólo tuya–,
y por esta virtud tan adorable
que nos queda a tan pocos
aún seguimos hablando de estas pequeñas cosas
y soportamos juntos este tremendo engaño.
Ahora que me reprochas, con paternal cariño,
la obstinada ilusión por la que sufro
tanta sed de ese Dios vivo y eterno,
que un día ha de mirarme y rehacerme 
a su eterna medida; ahora que me invitas
a seguir tu camino hacia la nada,
reconozco lo caro que es tu viaje,
el sacrificio diario que te exige
asegurar la fama de tu obra,
el neurótico insomnio que padeces
por la gloria futura de tus libros:
la única porción de este fingido mundo
que contiene verdad y transparencia,
que seguirá viviendo en medio de esa nada
que a todos nos devora. 
Reconóceme, al menos,
que el rigor de tu culto tiene un fin más incierto,
que tu dios es más débil, más débil que tú mismo. 

(De Nueva estación, 2007)