Poema del mes
Nada nos queda ya, nada nos queda de aquello que quisimos. De nada valen ya los nombres de las frutas más sabrosas que soñamos comer cada mañana. Y las grandes ciudades de este mundo que siempre hemos querido visitar tan sólo las distinguen las agencias de viajes. De nada valen ya tantos destinos falsos si tú y yo conocemos nuestro único destino. Contempla las palomas de esta plaza, con qué afán cogen vuelo, como si algo tuvieran escondido más allá de nosotros. Y mira cómo vuelven, con qué paciencia buscan que les hagamos caso, con qué esperanza comen de lo mismo por seguir ascendiendo y descendiendo cada día que pasa, como si no existieran jardines más frondosos que esta plaza tan fría, asignada por Dios cada mañana y aceptada por ellas libremente. Mira con qué ilusión abren las alas, como si descubrieran otro mundo distinto. Contémplalas despacio y olvida ya esos mundos con que nos engañamos dulcemente cuando engañarse estaba permitido, y aun era necesario. Nada nos queda ya, nada nos queda de aquella colección de previsiones que nunca se han cumplido (No creo que me falle la memoria). Nada nos queda ya, nada nos queda más allá de nosotros.
(De Años de prórroga, 2005)