Poema del mes
No me entierres muy hondo cuando muera. Quiero sentir tus pasos en mi pecho. Si tuyo he sido siempre que he vivido, ¿de quién habré de ser bajo la tierra? Lo que quede de mí, no lo entierres muy hondo: déjame ser el suelo que acaricias, aunque no te des cuenta. Si el gozo de mi vida ha sido levantar tu cuerpo leve, quiero seguir gozando el suave peso con el que hemos volado a tanta altura. Riega mis pobres restos con tu llanto: que todo tu dolor sea vida mía, que todo tu cansancio repose entre mis huesos y puedas andar libre por todos los caminos. No desentierres nunca mi cadáver: yo no quiero que veas mi polvo y mi ceniza. Yo sólo quiero ser lo que tú seas: tu claridad, tu rostro, tu cuerpo irrepetible. No quiero ser materia solamente: si ahora soy cuerpo humano, arcilla iluminada, barro que con tu barro ilumina este mundo, seguiré siendo hombre donde tú estés conmigo. No me entierres muy hondo: quiero escuchar tus pasos cada día, tus pasos en la tierra y en el cielo. Allí donde vayamos.
(De Cuerpo humano, 2024)